sábado, 1 de octubre de 2011

NO SE OLVIDA

Ultima anotación de un estudiante

I

Era treinta de julio, miraba el noticiero sentado en el sofá junto a mi madre, Luis Echeverría en el pódium hablaba de cosas que no lograba enlazar, que todo lo ocurrido hasta entonces había sido provocado por agitadores ajenos a los estudiantes era decir ya mucho. Yo estuve en todas aquellas marchas de manifestación, ¿por qué protestábamos? Por las agresiones brutales de granaderos días antes en la revuelta de estudiantes del Politécnico y de la escuela Isaac Ochoterena.

Me levanté del sofá tomé mi sudadera y me disponía a salir.

“No vayas” me dijo mi madre, sabía justamente que iría a buscar a mis compañeros que ya estaban reunidos discutiendo el acontecimiento que acabábamos de ver millones de personas.

Nos dispusimos a hacer una marcha al día siguiente, para acallar las mentiras del gobierno y mostrar nuestro verdadero motivo.

Ya éramos un órgano desde hacía unos días, el Consejo Nacional de Huelga, nos encargábamos de organizar las manifestaciones y los discursos que serían allí presentados y no de alborotar a la comunidad estudiantil como el gobierno decía a la sociedad.

II

Nunca me había sentido tan pleno, éramos un conjunto de átomos formando una molécula que combatía con el mismo sentimiento de impotencia. Sin embargo era una lucha emotivamente pacífica, no había golpes ni arrebatos, sólo unos cuantos pergaminos de inconformidad ante la indiferencia. Recuerdo que pese a que éramos tan ajenos unos a otros manteníamos esas miradas de hermandad y esos gritos que sonaban a una sola voz.

Éramos ya tan hermanos, casi como cuando en casa papá había negado una salida al parque y mis dos hermanos y yo hacíamos una protesta de silencio; esa fue una idea que comenzó como una pequeña broma entre los representantes del mitin, estábamos redactando los discursos del día siguiente y veíamos la televisión, la prensa decía que el gobierno hablaba de nosotros como alborotadores y rebeldes, gente que quiere romper con el orden social. Creo que más bien fue esto último lo que unido a la broma anterior tomo forma y color el día 13 de septiembre de ese mismo año.

Comenzó así, con un silencio abrumador pero que decía mas que una andanada de palabras; así, y con muchas marchas precedentes que lo único que gritaban era libertad de expresión; sin embargo, pareciera que este silencio mas que determinar la intención propia de la manifestación hubiera sido un ataque con bombas y misiles a la vista del gobierno, no paso mas de una semana cuando ya nuestros lugares de estudio habían sido saboteados y violentados, ¿revoltosos nosotros? No se aún hoy en día a que se referían.

III

“Solo pedimos la salida del ejército de todos los planteles de la UNAM y el IPN, el cese de todo tipo de represión y la libertad de todos los estudiantes detenidos durante el conflicto”, yo estaba ahí justo al lado de él escuchando como leía aquel pergamino, aquel que unas horas antes había sido redactado por toda la masa estudiantil.

Las miradas indiferentes de los representantes del gobierno me recordaban esos días enteros que pasaba reprendiendo a mi perro Yago por haber defecado dentro de la casa, los mismos ojos, las mismas evasivas y por no decir mas (o menos), la misma estupidez en el rostro. Sin embargo la promesa quedo hecha, el ejercito saldría del Casco, se desató la alegría entre nosotros y recuerdo que decidimos hacer una convocatoria el 2 de octubre para informar sobre lo acontecido en el encuentro con el gobierno, y para continuar con el movimiento, pues el gobierno estaba seguro de que el cumplimiento de esa petición era señal de renuncia a las marchas, ¡que poco se sabía de nuestros intereses! Se hicieron volantes y carteles que fueron pegados en todos los espacios en blanco que encontramos en paredes, muros, postes y pizarras.

IV

La plaza de Tlatelolco estaba llena, la convocatoria había sido escuchada y miles de estudiantes estaban ahí, pero no solo había estudiantes y curiosos, había además transportes militares y centenares de soldados disfrazados de civiles que aún todos creíamos nuestros hermanos. Pese a la presencia incómoda el mitin dio inicio y los oradores no daban fin a sus discursos.

De un momento a otro todo se nublo, la unidad en masa comenzó a desintegrarse, las luces de bengala que en otras circunstancias podrían haber brotado como festejo y los primeros disparos comenzaron a desmembrar la coalición. Se invitó a que se regresara a casa lo mas pronto posible…era demasiado tarde. Llanto vuelto sangre se volvió el único dueño de la plaza. Guantes blancos, y metralletas contra libros de textos y morrales de escuela simulaban una cacería bastante dispareja. Ese espacio delimitado por tanques de guerra era ya territorio del estado de naturaleza. Mujeres y comerciantes que dejaban su voto en silencio fueron también arrastrados por la injusticia.

El sol se había metido y el silencio era cada vez más cómplice del asesinato intelectual.

V

Me recuerdo corriendo hacia el edificio Chihuahua junto a otros tantos que escapaban a los disparos, subí dos pisos y me encontré con un hombre, mi cara de pánico no le causo ninguna impresión, se hizo a un lado por lo que pensé que me dejaría pasar, pero cuando quise seguir mi camino sentí su mano sobre mi cuello y enseguida vi un guante blanco en su mano tomando una pistola que apuntaba a mi cabeza, me jaloneo para abajo y antes de llegar a nuestro destino detuvo a otros tres. Me hicieron esperar bastante, siempre amenazando con armas, ¿qué era aquello? Que batalla mas injusta, armas frente a discursos, aún hoy me parece bastante estúpido. Antes de dar mis datos, ya había sido golpeado varias veces en el rostro; baje las escaleras y un hombre me pidió identificación y nombre, después me despojaron de mi ropa y zapatos, quede de rodillas frente a la pared y con las manos en la nuca, cual asesino serial, o delincuente de bancos; mire a mi alrededor, cerca de 60 ya teníamos identidad para ellos, bastantes mas aún esperaban arriba, reconocí a algunos de mis hermanos de batalla, el Búho me hizo señal de reconocimiento con una mueca, conteste con un asentimiento de cabeza, sin embargo ambos moríamos de vergüenza, no tanto por la desnudez, sino por haber terminado nuestra lucha de aquella manera, injusta para ambos.

Horas o minutos (realmente no tenía noción del tiempo) mas tarde fueron eligiendo a algunos de nosotros y los sacaron de ahí, vi salir a los lideres, aquellos que días antes daban discursos con sonrisas y seguridad en sus manos, ahora iban apenas sosteniéndose en pie con la cara gacha y golpeada. Después supe que fueron llevados al Campo Militar 1 para ser trasladados a Santa Martha Acatitla ¿la cárcel?

Yo, con la dignidad aún guardada en los calzoncillos que era de lo único de lo que hasta entonces no me habían despojado, tenía miedo, no digo que no, todos ahí teníamos, desde los otros 70 en pelotas hasta los vestidos de verdugos.

Perdí la noción del tiempo, ahora la realidad era una macana sobre mi cuerpo, gritos (ya no a una sola voz), y todavía uno que otro disparo que daba con su objetivo y con su razón de ser.

Todavía cuando vi salir el sol, de lo que yo supuse era el 3 de octubre del 1968, escuche en el noticiero la voz de Gustavo Díaz Ordaz: se actuó en defensa propia, el contingente se había vuelto una amenaza…, solté una pequeña risotada acompañada de una lágrima que llegó a mojar mis labios secos de decir basta, de suplicar piedad.

No hubo piedad, ni siquiera hoy la hay, el genocida será por siempre escondido tras bastidores pero queda la bandera ondeando aún, con los miles de muertos que siguen alzando la voz, ya no en huelgas y mítines, pero si en los corazones de los que cada 2 de octubre les rendimos honor por ser mas que héroes nacionales: el futuro de la nación derribado por la misma.